La cantautora californiana ratifica su rol como gran nueva clásica moderna de nuestra música pop en su quinto álbum, nuestro disco de la semana.
Hay nombres que son como clásicos modernos. O que aspiran a serlo. Weyes Blood bien puede haber abandonado la categoría de contendiente para pasar a ser integrante de esa liga. Protagonista indiscutida. Su nuevo álbum, And In The Darkness, Hearts Aglow (Sub Pop, 2022) tiene las hechuras. Nada le falta. Nada la sobra. Figurará en la mayoría de listas de los mejores discos de este año. Sin duda.
Natalie Mering tiene solo 34 años, pero compone y canta con la autoridad de una Joni Mitchell, una Rickie Lee Jones o una Carly Simon. Y puede seducir tanto a quienes se educaron musicalmente con aquel folk rock y soft rock californiano que emanaba de las más distinguidas colinas de Laurel Canyon como a quienes lo han ido haciendo en la sensibilidad de la última década.
Este es su quinto álbum, el segundo de una trilogía que comenzó con el también notable Titanic Rising (Sub Pop, 2019) y culminará en algún momento del año que viene o de siguiente. Y tiene todo lo mejor que se puede esperar de ella: melodías serpenteantes, oblicuas, zigzagueantes, que irradian un encanto sereno y crepuscular. Diríase que incluso adelantando por la derecha a la mejor Lana Del Rey, la de sus dos últimos discos.

Es uno de esos discos en los que parece que no ocurre nada pero, al mismo tiempo, pasan muchas cosas. Es fácil darse cuenta a poco que una/a afine el oído. Diez canciones que se despliegan con naturalidad y hondura, apelando al poder cauterizador de la (buena) música cuando revela cierto halo espiritual en tiempos de zozobra colectiva, entre una pandemia, una crisis económica y los tambores de guerra. Quizá sea un propósito algo pretencioso, sobre el papel, pero la escucha lo justifica. El resultado está a la altura de su ambición.
De la tradición singer songwriter al pop barroco brianwilsoniano
Son también canciones que desafían la duración habitual de las que suenan en las emisoras de radio y en la mayoría de playlists, ya que casi todas rebasan los cinco o seis minutos. Su extraordinaria voz, el piano y los arreglos de cuerda las redondean, sublimando desde el presente el arte de los singer songwriters aunque con ciertas licencias de pop barroco: no hay más que escuchar la fabulosa (¿hay alguna que no lo sea?) «Children Of The Empire», que emite destellos de Brian Wilson.
En otras ocasiones es un sutil colchón electrónico el que sostiene la composición, como ocurre en «Twin Flame», mientras que en el extremo opuesto podemos toparnos con la desnudez más absoluta, la del cierre «A Given Thing», cuatro minutos con su piano y voz como casi únicos protagonistas, poniendo el broche de oro a un trabajo exquisito, irreprochable y de una belleza sanadora, en la que destacar cualquier canción por encima de otra se antoja superfluo porque ni uno solo de sus 46 minutos y 27 segundos es de relleno. Cosa muy seria lo de Weyes Blood ahora mismo.