La popular artista norteamericana se aleja del folk de sus dos anteriores y aclamados discos para trazar una sólida panorámica de sus obsesiones a ritmo de pop electrónico de baja intensidad, sobre beats prestados del hip hop.
Taylor Swift está en todas partes. Tanto si quieres toparte con ella, como si no. Incluso aunque no hayas dedicado un segundo a este nuevo disco, es muy posible que sepas ya que es el más reproducido en un solo día en la historia de Spotify, que llegó a colapsar. También la artista más streameada en un solo día. Fue así el día de su estreno, el pasado viernes.
Su eco reverbera incluso a través de otros artistas que hablan de ella, para bien o para mal. Me decía hace unos meses Mike Scott (The Waterboys) que es la mejor compositora de la actualidad, tras escuchar aquellos dos discos de folk pop en plena pandemia que fueron Folklore (2020) y Evermore (2020), con la coproducción de los hermanos Bryce y Aaron Dessner (The National).
Me decía unas semanas después Santigold que se sentía estafada por la forma en la que Swift le había plagiado su canción «Disparate Youth» (2012) para tramar su «London Boy» (2019). Y que nadie había dicho nada al respecto. En realidad, son 163 millones de escuchas frente a 150 de la primera. No es tanta diferencia. También Damon Albarn se despachó a gusto hace unos meses cuando dijo que ella no componía su propia música. Por no hablar de aquella destemplada invectiva de Kanye West en unos premios MTV.
«Te topas con ella tanto si quieres como si no: Damon Albarn o Kanye West se despacharon a gusto; Mike Scott la ensalza y Santigold la critica».
¿Es una genia o una impostora? ¿Un talento sin igual o una engañifa? Quizá en el punto medio resida la virtud. Pero ocurre que nadie está a salvo de las exageraciones cuando ha vendido más de cien millones de discos en todo el mundo, precisamente a lo largo de una década y media en la que se nos ha insistido que ya no se vendían discos. Y menos si es mujer.
Midnights (2022) se aleja de aquel folk acústico de sus dos antecesores para indagar en un pop electrónico de baja intensidad. Más en la onda de todo lo que hacía antes, pero más contenido. Sin buscar el hit en ningún momento. Un disco sexy, sugerente, a media voz, como demanda una colección de canciones ideada desde la medianoche que enuncia su título. El resultado de trece noches en vela, dice, lidiando con el auto odio, la fantasía de la venganza, el cuestionamiento de decisiones que podrían haber sido erróneas en su vida y los trenes que ha dejado pasar. Algún día habrá que hacer un tratado psicológico de todas las neuras que refleja el pop de consumo del siglo XXI.

Es música moderadamente comercial, porque tampoco es habitual tal nivel de sofisticada elaboración en el mainstream actual. Sus canciones, y estas trece también lo son, resultan reconocibles pero también subsumibles en cualquier radiofórmula o playlist, pero tampoco evidencian un anhelo desesperado por vender o dar con el hit instantáneo. De hecho, todas las de este álbum registran entre 19 y 41 millones de reproducciones: una igualdad en cuanto a escuchas de sus cortes muy rara de encontrar en discos con tanto público. Todas ganan, ninguna pierde.
Jack Antonoff (Lorde, St. Vincent, Lana Del Rey) vuelve a producir composiciones que, en la mayoría de los casos, podrían ser buenos sad bangers: esas canciones para bailar con lágrimas en los ojos. Porque nos hablan de depresiones, trastornos alimenticios y las inseguridades que para ella comporta la fama. Los complejos y el pertinaz síndrome del impostor. Los bajones y subidones de una vida para la que no todos/as están preparados.
«Muchas de estas trece canciones podrían ser buenos sad bangers».
Y lo hace adaptando muchos de los beats empleados en el hip hop y el trap de los últimos tiempos («Midnight Train», «Vigilante Shit», «Labyrinth»). Con atmósferas reminiscentes del shoegaze («Maroon»). Con sintetizadores diseñados para evocar una romántica melancolía que en algunos cortes («Anti-Hero») remite al brillo nocturno de Chromatics. Con arreglos que remiten a la estilizada languidez que comparte con su amiga Lana Del Rey en «Snow On The Beach», que es una acertada síntesis entre la música de ambas.
Midnights (2022) es un disco sólido, sin sorpresas pero sin fisuras. Con una lógica interna, una narrativa, una secuenciación congruente y un concepto bien plasmado. Otra de las vetas de una artista cuyos pasos no siempre son predecibles. Y eso también tiene su mérito cuando podría vivir tranquilamente de rentas.