Joan Vich comenzó trabajando en una de sus barras y acabó codirigiéndolo: su historia es la del gran festival que sirvió como modelo a casi todos los demás, y la cuenta estupendamente en el libro Aquí vivía yo. Una crónica emocional de mis 25 años en el FIB, recientemente publicado. Hemos hablado con él.
Fue el festival en el que Björk, Radiohead, Primal Scream, Yo La Tengo, PJ Harvey, Nick Cave, The Avalanches o Morrissey nos deslumbraron. Aquel en el que un par de generaciones enteras se educó musicalmente. La cita que probó que una cultura alternativa podía ser sostenible, incluso un buen negocio. La que mostró el camino desde los años noventa a la gran mayoría de festivales que salpican nuestra geografía hoy en día. El festival que, en esencia, era más que un festival. Mucho más.
Joan Vich (Palma de Mallorca, 1972), que fue músico al frente de una de aquellas primeras bandas indies españolas (The Frankenbooties) y también ha ejercido el periodismo en diversos medios, vivió todos y cada uno de los FIBs que se han celebrado hasta que irrumpió la pandemia, tras su venta a otros gestores. De 1995 a 2019. Estuvo primero en Benicàssim trabajando en las barras. Luego, formando parte de su organización. Prosperando en su organigrama, hasta llegar a ser booker y acabar codirigiendo la última edición, la de 2019.
Fue, como quien dice, el último de Filipinas. Y todo ese vasto bagaje vital lo ha proyectado en un estupendo libro escrito en primera persona, Aquí vivía yo. Una crónica emocional de mis 25 años en el FIB (Libros del KO, 2022), que es una excusa más que perfecta para charlar con él durante un buen rato.
Conciertos memorables que forman parte de nuestra historia, rituales como la pinchada inaugural de Aldo Linares o el vals que baila el público al terminar la programación del escenario grande el último día, tormentas cataclísmicas como la de 1997, que derrumbó un escenario sobre los escoceses Urusei Yatsura y los podía haber matado, vendavales e incluso incendios como el de 2009, que obligó a la suspensión de algunos conciertos, amenazas de quiebra y concursos de acreedores, con la incertidumbre de 2013, que a solo dos semanas no sabíais si el festival se celebraría… echando la vista atrás, y en línea con lo que comentaba uno de tus amigos en tu muro de facebook, el FIB daría ya no solo para un libro como el tuyo, sino para una película.
Yo creo que hay un documental pendiente del FIB. Pero no es mi libro, que es demasiado personal. Y yo no soy nadie para el gran público. Me gusta tu idea, y creo que requiere un documental, porque tiene una historia muy larga, con muchos altibajos y con mucho interés. Y además hay imágenes de todo. Pero lo de la película a partir del libro no tiene ningún sentido, creo. Era una broma de mi amigo.
“Creo que hay un documental pendiente del FIB. Yo he estado en muchos festivales, y su ambiente es irrepetible”.
Entiendo lo que dices, pero sí que has tenido una posición de privilegio como testigo de todo lo que ha ido ocurriendo.
Esta conversación la hemos tenido, porque Libros del K.O. tiene una productora audiovisual hermana que se llama Producciones del K.O. Y estaban pensando en una forma de presentar algo en ese formato, que acompañase al libro. O sea que es posible que salgamos con algo. Pero ahora mismo está más que verde.
Leyendo tu libro me acordé del que publicaron hace unos años Gerardo Cartón (a quien dedicas un capítulo) y Jorge Obón, Manual del perfecto festivalero (Lunwerg, 2015), en el que afirmaban que el recinto del FIB transpiraba una liturgia, esa magia intangible que se tiene o no se tiene, y que otros festivales con carteles actualmente mucho más potentes no detentan, porque están localizados en enclaves más fríos o intercambiables. En símiles futbolísticos, como si el recinto del FIB fuera San Mamés.
Sí, y creo que los rituales de los que hablas los fueron creando los mismos asistentes. Y todo el mundo. Yo con este libro he querido transmitir que el FIB es más grande que la suma de sus partes. Como lo que tú dices de San Mamés. Que con sus fallos y errores, es algo que a mí me ha acompañado 25 años. Entre los asistentes, los trabajadores y los propietarios, fuimos creando ese ambiente. Sinceramente, yo he estado en muchos festivales, y el ambiente del FIB es muy irrepetible.

¿Fue el libro una idea tuya o te tuvo que convencer alguien?
Fue idea mía, aunque no sabía si iba a ser un libro. En el blog que tuve, durante muchos años, iba colgando cosas. De vez en cuando había colgado alguna anécdota, pero lo iba dejando. Cuando ya supe que se había acabado mi etapa en el festival, y además con una cifra tan redonda como 25 años, me pareció todo tan redondo que dije, “vale, tengo que sentarme y escribir esto bien”. Podría haber escrito tres veces o cinco veces más, pero quería contar lo que tenía como muy claro dentro, esas historias que contaría si nos vemos en un bar. No estaba seguro de que fuera interesante como libro. Y por el feedback que estoy teniendo, me doy cuenta de que interesa mucho. El FIB ha significado mucho para mucha gente y nadie había escrito un libro sobre él. Y menos desde dentro.
¿Crees que hay poca memoria a la hora de reconocerle al FIB su papel pionero, como modelo para otros grandes festivales? A veces tengo la impresión, cuando mucha gente acude hoy en día a otros festivales, de que no se acuerdan de cuando muchos de sus cabezas de cartel, como Björk, Radiohead, Depeche Mode o Nick Cave, ya pasaron muchos años antes por el FIB.
Bueno, pero la gente tiene que vivir al día. No creo que la gente le deba nada a la memoria, en este sentido. Creo que el FIB es muy reconocido. Incluso en mi última época, vivía un poco de rentas. Tampoco se puede quejar de que la gente lo haya olvidado. Que en una año como 2019, en el que teníamos un cartel sensiblemente inferior a nuestros competidores directos, siguiéramos teniendo primeras páginas en los periódicos y presencia en los telediarios, es significativo. No creo que nos olvidaran. Al contrario. Se le consideraba una institución, que merecía un respeto. No creo que la gente tenga mala memoria: sí creo que la gente tiene una facilidad muy lícita para criticar las cosas sin saber lo que hay detrás, sin saber por qué ocurren las cosas, como pasa a veces con los equipos de fútbol o con cosas como Eurovisión, que se critica a veces de una forma muy dura y cuando estás dentro te duele más y cuando estás fuera te duele de otra manera.
“Creo que al FIB se le ha considerado una institución, incluso cuando ha vivido un poco de rentas”.
Me ha gustado mucho la diferenciación entre indietrágicos y agroindies. Los primeros, más fundamentalistas y snobs. Los segundos, más propensos a reírse de sí mismos aunque con olfato menos fino. Creo que todos conocemos ejemplos de ambos.
Los nombres no los puse yo (risas). Los pusieron personas diferentes, de hecho. Pero me hacen mucha gracia. Porque enfocan bien el tipo de gente al que me refiero. Y que todos tenemos un poco de ambos, ¿eh?
En cualquier caso, el indie no dejaba de ser un fenómeno muy minoritario cuando empieza el FIB, en 1995. Cuando acudían 7.000 personas. Los raritos de cada pueblo, como bien cuentas. Desde determinadas tribunas se ha querido proyectar la sensación de que el indie ha sido hegemónico, aunque a lo mejor ya no estamos hablando del mismo tipo de indie.
Exacto, es que no hablamos de aquel indie. Otra cosa es qué se entiende por indie hoy en día… el festival, cuando empezó, estaba muy influido por la visión de Luis Calvo. Y Luis Calvo es el epítome del indie. Y lo sigue siendo. Y la música que le gustaba en aquel momento a Luis Calvo era la que publicaban los sellos británicos y salía en las listas del NME y del Melody Maker, los discos que comprabas por correo… esa era la escena. Para mí, eso es el indie. Y lo sigue siendo ahora. Pero si tú les preguntas a la gente por la calle, desde hace veinte años, qué es el indie, no te van a decir eso. Te van a decir otro tipo de indie festivalero, que el FIB contribuyó a crear, y del que, por lo tanto, ni el FIB ni yo, como parte integrante, tenemos derecho a quejarnos de que eso haya acabado ahí, pero que no es exactamente lo que era en un inicio. Yo tampoco quiero ir de purista ni llevar la bandera de un indie verdadero ni nada parecido, porque no es eso. Por otro lado, yo sí que creo que el indie es hegemónico, o lo ha sido hasta hace muy pocos años. Y no porque fuera popular, en este punto estoy de acuerdo con Víctor Lenore, sino porque las personas que tenían puestos de poder sí lo escuchaban. Porque la gente que tenía poder de decisión sobre lo que sonaba en los festivales y en las programaciones de los pueblos y de las ciudades, en la televisión, en la radio o en la publicidad, a toda esa gente sí le gustaba el indie, y hacían que fuera hegemónico desde arriba. No desde abajo.

Cuentas que en 1989 compraste por primera vez un disco de Giant Sand. Y que entonces no hubieras imaginado que trabajarías con su líder, Howe Gelb, y que acabaría siendo uno de tus mejores amigos. ¿Acabar trabajando con algunos de tus ídolos, e incluso trabando amistad con algunos de ellos, es una de las mejores gratificaciones de su oficio?
Por un lado sí, porque haberme hecho amigo de Howe (Gelb) era una cosa con la que no podía ni soñar, y hablo todas las semanas con él, estuve hace poco en su casa de Tucson. Es mi amigo. Pero, por otro lado, para mí lo realmente importante de mi trabajo es escuchar música. Y ver conciertos. Para mí, la satisfacción plena no es conocer a Bobby Gillespie o hacerme amigo de Stephen Pastel, que también me gusta y pienso qué suerte tengo, sino montar un concierto que me guste mucho y ver que a la gente le está gustando también. Y esa sensación, y el llevar más de treinta años viviendo de esto, y viviendo bien, sin malvivir, es un lujo. Ahí sí que me siento afortunadísimo. Luego, lo demás, es muy guay. Pero también he conocido a gente a quien admiraba y luego me ha caído mal. Y no por eso hubiera querido dejar de dedicarme a esto.
Tampoco eres una persona muy mitómana, reconoces en el libro no querer apenas hacerte fotos con músicos. Es tu trabajo, y punto.
Me sé las vidas de los artistas a los que admiro, pero no considero ídolo a nadie. Un poco de mitomanía no es mala. Mucha, sí. Intento evitarla. Igual sí lo soy, pero no quiero serlo.
“Montar un concierto que me guste mucho y ver que a la gente le está gustando también es la máxima satisfacción de mi trabajo”.
Aunque siempre te reservabas la posibilidad de ver algún concierto del FIB a modo de capricho, ¿sufrías mucho cuando te perdías conciertos que querías ver?
Es que no era un capricho, era una irresponsabilidad. No podía apagar el walkie ni una hora durante todo el fin de semana. Parte de mi trabajo como booker también era ver qué efecto tenían los conciertos que programaba sobre el público, y si habíamos acertado con el escenario, con el horario o incluso con el artista. Yo me pasaba por todos los conciertos. Pero cinco o diez minutos. Lo que pasa es que también me cogía siempre uno o dos que quería ver enteros, pero esa era una licencia que yo me tomaba sin avisar. Luego me preguntaban “¿dónde estabas?”. Pues estaba viendo a Belle and Sebastian o a Mac DeMarco.
El sentido del humor está muy presente en el libro, es una lectura divertida. Y lo utilizas también precisamente para rematar dos capítulos que sin él podrían haber sido algo lacrimógenos, porque hablan de personas que no están aquí. El de Ernesto González, quien fue jefe de prensa y compañero tuyo durante casi toda la historia del festival, y el de Amy Winehouse, quien visitó el FIB en 2007.
Obviamente, la muerte de Amy Winehouse no es lo mismo para mí que la muerte de Ernesto (González), por muy mal que me supiera cuando ocurrió. Me resulta más fácil hacer humor con alguien a quien he conocido de lejos que con alguien que ha sido importantísimo para mí en mi carrera, en mi crecimiento y en mi vida. Pero con Ernesto nos reíamos muchísimo todo el rato. Tenía claro que debía haber un capítulo sobre él, pero no hacer algo muy sombrío sino recordarle como el pionero que fue, dejar claro que el FIB no sería el mismo sin él y a la vez acabar con una nota de diversión, porque muchas de estas historias se las he contado a él antes. Las recuerdo por haberlas contado. Una cosa que tenía clarísima es que quería que el libro fuera divertido, que no sé si lo habré logrado, porque yo tengo un sentido del humor muy particular y habrá gente que me podrá odiar (risas). Pero bueno, al menos a mis amigos les está encantando.

¿Te has dejado muchas anécdotas en el tintero, de esas que es mejor no contar?
Sí, un montón.
Mencionas a Neil Young y a Prince como algunos de los artistas a quienes estuvisteis a punto de traer al FIB. Yo recuerdo que en su momento se habló mucho de la posibilidad de David Bowie o R.E.M., no sé si como un rumor fundado.
Prince estuvo confirmado, pero sin anunciar. Estuvo. Y Neil Young estuvo prácticamente dos veces. Y R.E.M. y Bowie fueron objetivos clarísimos durante años. Sé que con ellos se intentó, no sé hasta qué punto fueron una posibilidad real. Cuando yo llevaba el booking, ya no los tuvimos nunca tan cerca. Se intentaba, pero la negativa llegaba pronto. ¿Antes de que llevara yo el booking? Habría que preguntarle a Ana Sanabria o a José o a Miguel Morán, pero yo me imagino que sí, porque David Bowie, por ejemplo, era una obsesión de ellos, y de todos. Todos queríamos que viniera.
Yo desconocía que Urusei Yatsura, que estaban tocando en 1997 cuando medio escenario se les vino encima por el temporal, habían bautizado luego como ¡Pulpo! uno de sus discos recopilatorios tras haberse tomado unas tapas de pulpo contigo.
¿Ves? Esa sí es una de esas cosas que, fíjate que estamos en 1998,y yo entonces tenía 26 años, que me emocionaron mucho. ¡Coño, que le han llamado al disco como lo que nos había pasado juntos! Era nuestra frase secreta para brindar. Creo que ellos seguían utilizándola, pero es que no les he vuelto a ver nunca. Me quedé con ese momento. Y me enteré por una revista. Yo trabajaba en Elefant, y estaba mirando a ver si salía, y me encontré con eso en un medio de fuera.
“No valorábamos muchas de las cosas que hacíamos en el FIB porque no había con qué compararlas, simplemente íbamos abriendo camino”.
También resaltas el Fiber, y no me refiero al apelativo que la prensa les puso a los asistentes, sino al periódico diario gratuito que editabais con toda la información y las crónicas del día anterior, todo un lujo, que no ha sido replicado por nadie, y otra particularidad del FIB, que quizá ahora valoramos más.
Nosotros tampoco lo valorábamos tanto, creo. Lo valorábamos por lo que nos costaba hacerlo. Pero lo veíamos como algo normal. Es que hay cosas que, echando la vista atrás, voy viendo y es como… cerramos la retransmisión del concierto de Morrissey en 2006 a la hora del telediario, que salió en directo y luego continuó la retransmisión del concierto en La 2, y era lo nunca visto en España, donde no se le daba esa importancia a la música en televisión. No valorábamos ese tipo de cosas porque no había con qué compararlas, simplemente íbamos abriendo camino. Y lo del Fiber es irrepetible. Era algo carísimo, que nadie en su sano juicio va a volver a repetir. Por cosas así es por las que digo que el FIB sigue siendo una institución, a pesar de que no pueda ya competir con el Mad Cool o con el Primavera Sound. En 2017, 2018 o 2019, teníamos la mitad de presupuesto que ellos. Bueno, en 2019, menos. Pero hasta las abuelas sabían lo que era el FIB. Todo el mundo.
Hay mucha gente que prefiere los conciertos en sala a los festivales. Por sistema. Algunos de los mejores que yo he vivido nunca ha sido en festivales como el FIB: Björk en el 98 o Primal Scream en el 2000. Supongo que, para ti, cada formato tendrá su atractivo.
Hay conciertos que no podríamos ver si no fuera por los festivales. Hay producciones que no se pueden ver en una sala. Para eso, es estupendo que existan los festivales. Pero yo también tengo que decir que no soy público objetivo de festivales. No me gustan. He trabajado toda la vida en ellos, y sé ver la parte buena, y me gusta ver a la gente disfrutar y ver cómo el festival va más allá de lo que es solamente ver un concierto, pero para ver un concierto prefiero mil veces una sala. Pero la sensación de formar parte de algo que es más grande que tú, la tienes en un festival. Y esa sensación la he vivido muchas veces en el FIB, también algunas veces en el Primavera Sound y otros festivales por todo el mundo, pero cada vez me ocurre menos porque me voy colocando más atrás y dejando que sean los chavales quienes se diviertan. No me siento tan parte de esa comunidad como facilitador de experiencias para esa comunidad, que eso también me llena muchísimo. Pero como espectador, soy más de salas. Y soy consciente de que la competencia entre festivales ha obstaculizado el circuito de salas. Y ha provocado escasez de giras, porque los festivales les piden exclusividad a los artistas. En el FIB, nuestra exclusividades eran cortas, de tres meses por delante y un mes por detrás. Hoy en día se están pidiendo exclusividades de un año. Y eso no es bueno ni para la cultura ni para los mismos grupos.

¿Crees que este año habrá pinchazos, esta vez sí, con la saturación postpandémica?
En el libro ya digo que el FIB no hubiera sobrevivido sin el público inglés. Igual que Primavera Sound, BBK Live o incluso Sónar sin el público extranjero. No hay público solo aquí para todos, no al menos si son muy especializados. Hay muchos. Puede haber una selección natural, pero veo que hay público y están agotando abonos para este año. Es un modelo que lleva veinte años establecido, y creo que seguirán saliendo empresarios con ganas de buscar su hueco. Puede que se sature más de lo que está, o que se vayan creando nuevos públicos.
Hablando de los directores del FIB: tras el paso de los hermanos Morán, que son quienes lo rigen en sus primeros quince años, al principio con Luis Calvo y Joako Ezpeleta, llegan luego los ingleses. Primero, Vince Power. Luego, Melvin Benn. Siempre tuve la impresión desde fuera, y también por haberle entrevistado, de que Melvin Benn era más dialogante y flexible que Vince Power, pero en el libro comentas que era muy complicado trabajar con él, que era muy exigente.
Lo que digo es que era un tío duro y que tenía acojonado al equipo, otra cosa es que no fuera dialogante, que sí lo era, y también nos escuchaba, y corrió riesgos, como meter a Los Planetas de cabeza de cartel en 2015 sin conocerlos de nada, solo porque le insistimos, porque confiaba en el equipo. Lo que pasa es que luego era muy exigente, y había que estar a su nivel, que es muy alto, y si no lo estabas, te machacaba. Hubo gente que lo dejó. Y yo, como le aguanté un poco el reto, pues al final acabó haciéndome codirector contra mi voluntad, ya que yo no me achantaba. Pero él quería recuperar al público español y tener un trato más dialogante con la prensa y una imagen más amistosa. Tenía ese talante, pero era muy exigente. Sobre todo, porque durante gran parte del tiempo no estaba presente. A ese respecto, yo no tengo queja.
“El FIB no hubiera sobrevivido sin el público extranjero, igual que Primavera Sound, BBK Live o incluso Sónar”.
¿Te defraudó enterarte por la prensa de la venta del festival a Music Republic en 2019, que os dejaba virtualmente en la calle?
Claro. Me enfadé muchísimo. A mí no me parecía mal que el festival se vendiera. Yo llevaba todo el año diciéndole a Melvin que no era rentable y que las cuentas no eran razonables para un empresario. Estaba claro que aquello necesitaba un cambio radical. Obviamente, una venta no era lo que a mí me hubiera gustado, pero era una opción. Lo que me molestó muchísimo fue enterarme por la prensa, a las siete de la mañana del lunes en que estamos todos celebrando que la edición de 2019 ha salido bien. Luego, con el tiempo, entiendo que cada uno juega sus cartas. Y que él se cubrió las espaldas y les era interesante aprovechar el tirón del momento para darle visibilidad a la venta en los medios. Pero en el momento nos pareció feo. ¿Esperábamos la venta? Sí. Un par de días antes le habíamos preguntado a Melvin, y nos había dicho que no había nada. No quiero decir que nos mintiera, simplemente que no había nada firmado.
Creo que el pulso narrativo, que es no es fácil de lograr, lo mantienes a lo largo del libro. ¿Cómo llevas el debut en esta dinámica de publicar y presentar un libro, aunque no tenga pretensiones literarias?
Sí, pero aunque peque de presuntuoso, te diré que sí tiene una intención literaria. Obviamente, no creo que me vayan a dar una letra en la Real Academia, pero sí quería hacer algo que estuviera bien escrito. Que no fuera una colección de artículos. Que llegase más allá. Tener una voz, y que se transmitiera. Creo que por lo menos se transmite que hay un ritmo. Que todo el mundo que lo lee me dice que lo ha leído en un suspiro. Incluso gente que no ha ido nunca al FIB o a la que no le gustan los festivales. Es otro mundo, como tú dices. Mañana presento el libro en Madrid y estoy acojonado. No sé cómo se hace eso (risas). Una cosa es presentar libros de otra gente, como he hecho hace poco con Paco Loco o David Saavedra. Eso es más cómodo. He escrito muchísimo en prensa, ese papel lo sé cumplir, pero el papel de protagonista es más difícil. Porque quería hablar de mí, contar mi historia. Mi historia en el FIB, claro. El título de la canción de Le Mans le venía como anillo al dedo, porque es que yo vivía allí cada verano, literalmente.