El cuarteto británico subió a los altares del pop electrónico con Violator (1990) y aquella flor roja sobre fondo negro, partida por la mitad, que simbolizaba pasión, ruptura y oscuridad.
Fue uno de los pináculos del pop electrónico. Junto a Technique (1989) de New Order y a Behaviour (1990) de Pet Shop Boys, de cuya publicación solo les separaba unos meses.
“Nuevo lanzamiento de Depeche Mode”
De la vertiente más oscura del pop electrónico, podríamos decir. En todos sus sentidos. Aquella que más se había ido acercando a lo más sombrío del after punk, lidiando con lo gótico. En consonancia con aquellos videoclips en blanco y negro que les rodaba Anton Corbijn.
Era también el momento en el que las adicciones estaban a punto de comerse a su vocalista, Dave Gahan. A punto estuvo de no contarlo a principios de los noventa. Y cuando su música empezaba a acercarse al blues, como pudo apreciarse en “Personal Jesus”, un single demoledor que avanzó el tono del disco.
Ya lo hemos dicho: el blues y Anton Corbijn. Dos influjos esenciales. Especialmente el del fotógrafo, diseñador y cineasta holandés. Porque suya fue la idea de su portada: aquella roja roja, con su tallo y sus hojas, sobre un fondo negro, que se convertiría con el tiempo en el icono mundialmente asociado a Depeche Mode.
Un icono pop de primera magnitud, hasta el punto de que políticas como Isabel Díaz Ayuso lo han llegado a lucir en público, quizá apropiándose (en su más puro estilo provocateur) de un motivo estético que tradicionalmente fue asociado en el ámbito de la política con el socialismo, aquí espléndidamente plasmado por Cruz Novillo. Hasta el propio Corbijn mostró su sorpresa al saberlo, en una entrevista en 2021.

El caso es que la rosa roja de Violator (1990), el mejor y más vendido disco en la carrera de Depeche Mode (unos cinco millones, de los cien en total a lo largo de su carrera), fue idea suya. Una rosa roja intensa partida por la mitad, que simbolizaba la ruptura con los viejos modos de componer y grabar de la banda de Basildon. También el título, Violator, remitía a esa idea de violar las normas establecidas que habían seguido hasta entonces. Acabar con la pureza.
Tanto el artwork de su portada y contraportada como las fotos interiores tienen el estilo de Anton Corbijn. Un diseño sencillo pero muy efectivo. Que transmitía la pasión, la ruptura y la oscuridad que eran inherentes a la banda. Más aún en aquel momento de su carrera, cuando se debatían entre ser fieles a su propio pasado o seguir evolucionando hasta convertirse en lo que acabaron siendo: uno de los grupos más populares del planeta.
Corbijn pensaba que la imagen del grupo hasta entonces había sido demasiado fría, hasta un punto aséptica. Y también era consciente de que respetarían su punto de vista. Que no se entrometerían con el puntillismo de otras estrellas con quienes también trabajaba. “No eran U2”, dijo una vez de ellos.
Volver a escuchar ahora “Policy Of Truth”, “Enjoy The Silence”, “World In My Eyes” o “Sweetest Perfection”, más de treinta años después y con la perspectiva de una nueva gira que pasará otra vez por España (ya sin Andy Fletcher, fallecido hace meses), y volver a visualizar aquella portada y aquel logotipo, es todo uno.