Sigo volviendo a esta canción y a este disco cada vez que quiero revivir aquella noche de verano mirando al mar, cuando tenía 19 años.
Este verano que ya agoniza me he echado unas buenas risas con mis amigos a costa de lo que considero que han sido mis otras vidas. No hablo de etapas, si no de haber vivido en otra época histórica de la humanidad. No me lo tomo muy en serio (al menos, no tanto como otras personas), pero cuando escucho cierto tipo de música mi imaginación viaja en una máquina del tiempo y me veo transportado a otro siglo, concretamente a la época barroca.
Me veo bailando en un salón, con maquillaje, peluca, ropa incómoda y toda la parafernalia de la época. Más allá de esoterismos, creo que la culpa la tiene una película de Peter Greenaway, El contrato del dibujante (1982), y más concretamente, la banda sonora que para ella compuso Michael Nyman.
A partir de ahí (no recuerdo cuándo vi por primera vez la película, hace años) busco consciente o inconscientemente músicas que evoquen esa sensación, extraña pero placentera. La música de Wim Mertens lo consigue. También la de Phillip Glass o algunas piezas de Max Richter. Por supuesto cuando escucho a Jordi Savall me pasa, pero ahí la conexión es más evidente. Sin embargo, la canción de la que voy a hablar la escuché muchos años años antes de ver la película de Greenaway.
Tenía 19 años cuando compré este CD, Under The Pink (1994), el segundo disco de Tori Amos. Quizá sea por la forma de tocar el piano de Tori, quizá por esa portada pura y nebulosa que podría servir de imagen para un disco de new age. Sea como sea, recuerdo escuchar este disco con auriculares mientras miraba el mar una noche de verano y flotar en una atmósfera desconocida para mí hasta entonces. Cada vez que lo escucho repito ese viaje. Tal es el poder de la música.
A mediados de los noventa reinaba el grunge, las guitarras distorsionadas y los cantantes con un enfado épico con el mundo. Tori Amos iba por otro camino, aunque ella misma hizo en su día su versión de «Smells Like Teen Spirit». Y algo en la canción que hoy traigo a esta sección la emparenta también con aquella escena. En «Past The Mission» colabora con su voz Trent Reznor, alma de Nine Inch Nails, que ese mismo año acababa de firmar esa barbaridad de disco que se tituló The Downward Spiral (1994).
La canción, de estructura clásica, comienza alegre y juguetona, apoyada en bajo, batería y el piano Bösendorfer con el que Tori grabó todo el álbum. Su voz, aguda, un tanto chillona, expresiva y, por momentos, teatral, puede recordar a Kate Bush. La letra relata, mezclando primera y tercera persona, la superación de un hecho tan traumático como lo fue su propia violación, hecho que describió en la sobrecogedora «Me and a Gun», que aparecía en su primer disco. Y esto lo sabemos en base a un par de frases de la canción y a que ella misma lo dijo en alguna entrevista, ya que el conjunto de la letra resulta, en general, bastante críptica.
La modulación de tonalidad es una herramienta armónica habitual en la composición de canciones, algo que genera en el oído un cambio de ambiente y rompe la monotonía. Aquí Tori la utiliza para crear un estribillo sombrío y a la vez hermoso, en contraste con los dos acordes (mayores, luminosos) que sostienen las estrofas. La voz de Trent Reznor, casi susurrada, aporta calidez y hace que el conjunto del estribillo sea lo mejor de esta canción. “Más allá de la misión, huelo las rosas”, cantan, en lo que, según Tori, es una forma de rescatarse a sí misma del papel de víctima. Aunque no pueda cambiar lo que ha pasado, puede elegir cómo reaccionar. Puede oler esa rosa y no volver a sangrar con sus espinas.
«Relata la superación de un hecho tan traumático como fue su propia violación, es una forma de rescatarse a sí misma del papel de víctima».
La parte C (lo que no es estrofa ni estribillo) irrumpe pasada la mitad de la canción con estos versos: “Encontraron un cuerpo/ No estoy segura de que fuese el suyo/ Siguen usando su nombre/ Ella le dio refugio en algún lugar/ Sé que ella lo sabe/ Algo que solo ella sabe”. Esta parte sí tiene un claro aroma a danza en la corte. Al fin y al cabo, bien se podría considerar pop barroco al estilo que define la tónica general del disco. No voy tan desencaminado.
Muy lejos de esa imagen versallesca se encuentra Tori Amos en esta interpretación a piano solo que realizó para la televisión francesa el mismo año de la publicación del álbum. Su forma de sentarse para tocar al piano tiene tanto de heterodoxa como de característica. Utiliza el pie izquierdo para accionar el pedal de armónicos (el que sostiene el sonido).
El pie derecho, que habitualmente es el que se posa en este pedal, está alejado del piano, la pierna se estira hacia atrás y se flexiona, con la rodilla rozando el suelo, haciendo de la postura de la pianista algo sumamente estético y sensual. La voz y la técnica pianística de Tori Amos en esta interpretación son perfectas, no se echan en falta los instrumentos que aparecen en la versión de estudio.
Así como el videoclip de su canción más famosa de este disco, «Cornflake Girl», tiene dos versiones, una lanzada en el Reino Unido y otra en Norteamérica (¿Se sigue haciendo esto a día de hoy?), el videoclip de «Past the Mission» apareció en su día en versión única, en imágenes que cinematográficamente recuerdan a las escenas sicilianas de El Padrino (1972).
Ella misma lanzó hace algunos años a través de su cuenta oficial de Twitter una pregunta para que sus seguidores intentasen adivinar dónde está grabado el vídeo. A mí estas escenas de sororidad me parecen grabadas en algún lugar de Sicilia, aunque el comienzo del video me despista, podría estar más cerca.
Ahora que Kate Bush ha vuelto a la actualidad, batiendo récords de escuchas con ese temazo titulado «Running Up That Hill», me pregunto dónde ha quedado el legado de Tori Amos. Si me baso en mis sensaciones, en esos viajes que a veces la música te proporciona (si no pierdes la capacidad de emocionarte, claro), puedo encontrar algo de ella en discos como Titanic Rising (2019) de la californiana Weyes Blood. En cualquier caso Tori sigue en activo, componiendo canciones, grabando discos, haciendo conciertos y reivindicando las carreras a largo plazo de las creadoras, algo que la industria musical suele dejar de lado en favor de los nuevos talentos.
Por mi parte, sigo volviendo a este disco cada vez que quiero revivir aquella noche de verano mirando el mar, el mismo mar que tengo delante mientras escribo esto. Cada canción que escuchamos y hacemos nuestra nos otorga una especie de súper poder, alejado de la razón y de la evidencia empírica, algo que no sabemos cómo explicar y que tiene la capacidad de transportarnos ya no a otra época, si no a otro mundo en el que, al menos durante unos minutos, todo encaja, todo es armonía.