
El músico y escritor Ricardo Lezón aborda la tercera entrega de Las voces contadas con Eduardo Madina (Bilbao, 1976), uno de los políticos -ex político, habría que decir en su caso- que más interés han demostrado siempre por la música pop, el cine y la literatura. Son los tres ejes sobre los que se sostiene el fértil encuentro entre ambos.
Saludé por primera vez en persona a Eduardo Madina nada más bajarme del escenario después de un concierto en la sala But de Madrid. Cruzamos pocas palabras, algo sobre Los Planetas, su grupo fetiche, y sobre Iñigo Errejón. Me hizo mucha ilusión verle allí y saber que el concierto le había gustado. He seguido con interés sus pasos, ademas de por ser casi paisano -entre Getxo y Deusto hay menos distancia que la física- , porque siempre que he leído alguna entrevista con él me he encontrado con alguien curioso por lo que pasa, por lo que ha pasado y por lo que va a pasar, interesado en la cultura y las culturas, con una inquietud por la literatura, la música y las artes que me atrae mucho y que cuesta encontrar en ese mundo tan lejano para mí que es la política.
Kundera dice que el pensamiento político, ideológico, aplana la vida, y que subordinar la literatura a un programa político es la capitulación más grande que se puede imaginar. Y como si de checos fuese el juego, le digo a Eduardo a través de la pantalla del ordenador que, pensando en la conversación que estábamos teniendo, me venía a la cabeza Vaclav Havel, quien fuese presidente ultimo presidente de Checoslovaquia y primero de Chequia, además de gran dramaturgo e intelectual. Havel son palabras mayores. En aquella época los personajes políticos como él habían pagado un alto precio hasta llegar allí. Ahora da la impresión de que todo es mas ligero, que ese precio es menor. Cada político tiene su era.
Está claro que en esta era un político como Havel, instruido, culto, curioso, no cabría. Me cuenta Eduardo que lleva días con una canción de Rafa Berrio en la cabeza, “Dadme la vida que amo”. Es una gran canción para llevarla en la cabeza. Me gusta escuchar los discos enteros, como antes. En casa escucho vinilos y en el coche me enchufo a spoti. Vivimos una época de canciones sueltas, en eso también encuentro similitudes con la política, que ahora es más de frases sueltas que de discos enteros. Me gusta la idea entera, desarrollada, con densidad, más que la liquidez que parece haber ahora. Da la sensación de que todo es un poco líquido, voluble, que se mueve y remueve con facilidad. Hay poca densidad.

Me habla de su itinerario musical y me encanta esa idea: empieza en Joy Division, punto de partida de muchos de nuestra generación. Soy muy de Manchester, es mi ciudad musical primera y más importante, después vendría Bruselas, a donde me mudé tras el atentado que sufrí y donde se me abrió un mundo casi inabarcable de ofertas de conciertos, allí pude ver desde Wynton Marsalis a Radiohead, una pasada. Pero volviendo al itinerario, diría que empezó con Joy Division y sus afluentes, The Chameleons uno de ellos, y de ahí salté a The Cure, que es el grupo mas importante de mi vida, de hecho elegiría Disintegration (1989) como mi disco-casa.
Es difícil elegir un disco-casa, hace poco me lo preguntaron a mí y dije The Boatman’s Call (1997) de Nick Cave, pero luego pensé que me mudaría a varios o que tendría varias casas. Después vino lo que llamaron el Donosti Sound y el descubrimiento de Los Planetas, su grupo-casa en España. Me los descubrió un amigo en mi etapa en Bruselas. Me enganchó la conexión que les encuentro a nivel musical con The Cure y a nivel lírico con aquellos grupos de Donosti de los que hablamos: Family, Le Mans, La Buena Vida. Me gusta mucho también cómo han incluido elementos del flamenco, una música que no consigue atraparme quizás por estar siempre a un nivel de intensidad demasiado alta para mí, pero integrada en el rock sí me atrae mucho.
Mi grupo-casa en España son Los Planetas, me enganchó la conexión a nivel musical con The Cure y a nivel lírico con grupos de Donosti como Family, Le Mans o La Buena Vida.
Recordamos el concierto de Los Planetas en la Plaza del Gas durante una Semana Grande de Bilbao, hace muchos años. Como casi paisanos y aficionados a la música, tenemos muchos recuerdos compartidos, cada uno por su lado. Aquel BBK en el que The Cure tuvieron problemas técnicos que les retrasaba el comienzo, y Robert Smith se calzó una acústica y tocó tres canciones al desnudo. Ese recuerdo nos lleva a hablar de eso, de los disfraces y el desnudo. A mí siempre me han atraído más las personas que los personajes. Leí hace un tiempo a un músico decir que él no va a un concierto a ver tocar al vecino del quinto, que él quiere otra cosa. Pongas lo que te pongas siempre vas a ser el vecino de alguien, el del quinto o el del chalet de al lado.
Los disfraces se usan para alejarse un poco, para poner una distancia, y en mi caso funciona, me aleja, aunque lo importante siempre es que detrás o delante haya verdad, que sienta eso. Disfrazarse pone eso más difícil. En el caso de Bowie, por ejemplo, ese disfraz no me aleja, es tan importante todo lo que ha hecho que lo traspasa. La música que me gusta no está en el campo de la ficción. Encuentro mucha más ficción en la política actual, donde exceptuando quizás la municipal es casi imposible ver a un político por los barrios, da la impresión de que se ha contagiado de una especie de ritmo audiovisual, como de serie.
De vuelta al mapa musical echo de menos a los Smiths, casi cumplen todos los requisitos, Manchester, lírica, etc; me gustan pero Morrissey me caía y me cae mal y eso me ponía una barrera. Y así entramos en la eterna cuestión de la separación entre el autor y su obra, en el que coincidimos bastante; me ocurre, me cuesta conectar con la obra de quien me cae mal, es cierto que me ocurre con mucha más intensidad en la literatura, por ejemplo con Houllebecq, al que no soporto en lo que le he escuchado y visto y que me ha acabado por distanciar definitivamente de sus libros.

Y entonces llega el turno de la literatura, porque siguiendo con los itinerarios vitales, para Eduardo la literatura es el principio del viaje, y a día de hoy sigue siendo el camino más importante. La literatura, leer, es lo que más satisfacciones y felicidad me ha dado, después vendría la música y un poco más tarde, el cine. La literatura te absorbe totalmente, la música en cambio te deja hacer otras cosas. He dedicado y dedico muchísimo tiempo a leer, busco y rebusco, soy el típico emocionado que escribo a la editorial para preguntar sobre lo que me llama la atención o cualquier duda que me surja. Ahora estoy a tope con los libros de Daša Drndić, autora croata que publica en Automática Editorial.
Eduardo me habla con pasión de la lectura de Trieste (2015), uno de los libros de Daša. Escuchar a alguien hablar de esa manera de un libro, de un disco, de una película, es algo que me hace sentir muy bien; Trieste es espectacular. El libro es brutal, te descubre cosas que se ha tragado la historia y que son alucinantes. ¿Sabias que hubo un campo de concentración en suelo italiano durante la segunda guerra mundial?. Estaba en una antigua arrocera a la afueras de Trieste, San Sabba se llamaba. Es una ciudad con muchísima historia, fue la salida al mar deL imperio austrohúngaro, por ejemplo; tengo muchas ganas de viajar allí. Ese libro y los demás de Drndić me están encantando.

Y hablamos un rato de más libros, de la época en que estuvo absorto con Rayuela(1963) de Cortázar, yo le hablo de lo mucho que me ha gustado Rewind de Juan Tallón (2020), de Bohumil Hrabal y su maravilloso Una soledad demasiado ruidosa (1976); en Filmin creo que está Trenes rigurosamente vigilados (1966), basada en la novela del mismo nombre de Hrabal, es fantástica, te la recomiendo. Y nos ponemos a hablar de cine; creo que no tengo mucho criterio, entendido como capacidad de discernir, leí tantas cosas buenas de Nomadland (2020)que luego no conseguía encontrar, de hecho me aburro un poco, no puedo decir que no me gustara pero tampoco encontré lo que esperaba.
Durante el confinamiento me refugié mucho en el cine, le saque chispas a Filmin, vi de todo, magníficas, buenas, aburridas, olvidables y ya olvidadas. Muchas de las que me aburrieron eran recomendaciones de grandes criterios. Yo me conformo con tener el mío y en base a él le recomiendo The Rider (2017), también de Chloé Zhao, asumiendo todas las consecuencias; hablaremos de ella en persona. Tengo muchas ganas de regresar a Bilbao, es mi ciudad y la echo de menos. Vivo con la sensación de que mi marcha fue casi una expulsión y tengo claro que quiero volver. Iré pronto a pasar unos días.
Leí tantas cosas buenas de Nomadland que luego no conseguía encontrar… no puedo decir que no me gustara, pero tampoco encontré lo que esperaba.
No se me ocurre un plan mejor que seguir con esta conversación en persona, frente al Cantábrico o a la ría con una cerveza. Hablar con Eduardo es un disfrute, transmite ilusión y curiosidad, dos ingredientes top, escucha igual que habla, y la canción de Rafa Berrio, “Dadme la vida que amo”, la lleva en la mirada, además de en la cabeza.
Un día me di cuenta de que Natalie Curtis, la hija de Ian Curtis, me seguía en twitter, y para mí fue un sorpresón. Decidí escribirle. Lo hice, hablamos y terminamos quedando en Manchester. Quería hablar con ella, que me lo contara todo sobre su padre y aquellos años. Dimos un paseo y me contó lo que había ido a escuchar. En un momento del camino llegamos a un cruce, a la derecha llegaríamos a The Haçienda, el famoso club donde Joy Division dio sus primeros conciertos, a la izquierda el camino llevaba a Chetham’s, la librería en la que se encontraron Engels y Marx cuando este ultimo visitó Manchester. Y allí me vi parado, mirando a ambos lados. ¿La música o la política?. Havel.