El periodista norteamericano Chuck Klosterman disecciona cultural y socialmente una década bisagra que ahora es recurrente y rentable objeto de revisión.

Somos humanos, y tendemos a ver con muy buenos ojos aquellos tiempos en los que fuimos jóvenes o adolescentes. Quienes éramos una de esas dos cosas (o ambas a la vez, según el tramo) durante los años noventa, somos ahora uno de los principales grupos demográficos consumidores de productos culturales. Por eso no extraña que en los últimos años se hayan multiplicado las películas, las series, los documentales y libros como este, que remiten a la década de los noventa. Tampoco que algunos de sus géneros musicales más emblemáticos hayan experimentado un revival, como el del drum’n’bass, del que hablamos aquí. Se suele decir que veinte años son suficientes (y necesarios) para tomar perspectiva sobre las cosas. Es el plazo para las restauraciones históricas, los ajustes de cuentas y las reformulaciones en lo cultural. Y ya hemos sobrepasado esa barrera respecto a los noventa, de largo.
Los noventa (Editorial Península, 2023), el nuevo libro del periodista norteamericano Chuck Klosterman (Breckenridge, Minnesota, 1972), es un perspicaz retrato de aquella época que protagonizó una generación que lleva más o menos la mitad de su vida en analógico y la otra mitad en digital. La única que se sitúa exactamente entre ambos mundos. La llamada generación X. La de quienes nacieron entre 1965 y 1981. La que se enmarca entre quienes se criaron sin nada remotamente similar a internet y perfectamente podrían prescindir de la red en la mayoría de sus actos diarios (los baby boomers) y la de quienes se amamantaron ya práctica o enteramente como nativos digitales y no podrían vivir desconectados (los millennials y los Z).
¿La última época de bonanza?
Klosterman, agudo analista curtido en toda clase de disecciones del mundo que nos acoge a través de la música pop, los deportes y la cultura popular, expone aquí una fascinante travesía a una década que muchos recuerdan (aunque quizá la experiencia subjetiva nuble algo la memoria) como la última en la que reinó una relativa bonanza económica y política, sin grandes conflictos bélicos de alcance internacional, sin enemistad manifiesta entre grandes potencias ni estrepitosos cracks bursátiles ni bolsas de pobreza y desempleo tan acuciantes como las que luego conocimos. Todo lo que ocurrió entre dos caídas icónicas: la del muro de Berlín a finales de 1989 y la de las torres gemelas de Nueva York en el verano de 2001.

¿Fueron los noventa un paréntesis edénico, un oasis de bienestar? Tampoco. En ningún momento pretende este libro idealizar un tiempo que, no por pasado, ha de ser necesariamente mejor. Pero sí fue, y en eso Klosterman coincide con quienes asignan a aquel periodo un carácter liminal (como de bisagra desregulada entre dos épocas, como un limbo en el que fenómenos que ahora nos parecen irreales aún podían ocurrir), como también hizo el periodista y escritor John Higgs el hablar de los inenarrables The KLF en el libro The KLF: caos y magia (Libros Walden, 2015).
Lo comercial como anatema, lo “auténtico” como objetivo
Como bien explica el libro, fue un tiempo en el que se impuso (o al menos es la imagen que nos ha quedado) la glorificación de lo auténtico y la satanización de lo abiertamente comercial, aunque eso pudiera rayar en la caricatura slacker, pasota y aparentemente apática de los discos de Pavement o de películas como Clerks (Kevin Smith, 1994): por eso el Nevermind (1991) de Nirvana fue posiblemente el último disco de rock socialmente relevante, consciente de ser un producto de una cultura en vías de extinción (o de minorización); por eso aún se diferenciaba entre cine o rock alternativos o mainstream; por eso nos dice el autor que mientras los jóvenes de entonces consideraban que el mal era el comercialismo (una idea inconscientemente optimista), los de ahora dicen que es directamente el capitalismo.
“Fue un tiempo en el que se impuso la glorificación de lo auténtico y la satanización de lo abiertamente comercial”.
Otro botón de muestra: “Friends -la serie- abordaba la creencia de que la única diferencia entre la amistad y el romance es solo una barrera física, y que no hay mejor persona con la que acostarse que tu mejor amigo”. Cualquiera que haya sido joven en los noventa podrá empatizar con esta afirmación. Casi cualquiera, vaya. Kurt Cobain, OJ Simpson, Leonardo Di Caprio, Bill Clinton, Michael Jordan, Mike Tyson, Nelson Mandela o Alan Greenspan desfilan por estas más de 400 páginas, que son más una invitación a entender y repensar aquellos tiempos que una acrítica sugerencia a zambullirse en una nostalgia boba e improductiva. Vale mucho la pena.