


Andrew Bird, Kevin Morby, Josh Rouse y Cass McCombs, todos con discos recientes, pertenecen a una estirpe de músicos fiable e inagotable.
¿Se apaga el fulgor de las bandas para celebrar el imperio de los solistas? Si tenemos en cuenta que son poquísimas las que han nacido en pleno siglo XXI y pueden presumir de congregar los mismos gentíos que este verano se han agolpado frente a los escenarios que ocupaban los Rolling Stones o los Red Hot Chili Peppers en nuestro país, es más que posible.
Las tendencias más novedosas, el pop de dormitorio y los afluentes de la llamada música urbana (hip hop, trap, reggaetón, sonidos caribeños), favorecidas por las nuevas tecnologías, hacen mejores migas con los talentos solistas que con el siempre quebradizo equilibrio interno de la banda-de-toda-la-vida, pero nada de eso afecta a la legión de francotiradores que, ya entrados en años, sigue releyendo a los clásicos para escribir su propio libro de estilo. Sobrios, elegantes, con poso. Fiables. Clásicos también, sí. En el mejor sentido de la palabra.
Son señores como Andrew Bird, Kevin Morby, Josh Rouse o Cass McCombs. Todos tienen entre los treintaypocos y los cuarentaymuchos. Todos tienen más de cinco álbumes y menos de quince. Todos suenan a sí mismos, tienen un sello reconocible. Y todos transmiten la serenidad del trabajo bien hecho. Fiable. Acreditado. De cocción lenta. Sin deslices ni veleidades. Del artesano de la canción que hornea su obra conciencia. Del producto de proximidad que no necesita plataformas de entrega a domicilio ni etiquetas rimbombantes porque se maneja como pez en el agua en la cercanía.
“Son artesanos de la canción que transmiten la serenidad del trabajo bien hecho, fiable y acreditado, de cocción lenta”.
A Andrew Bird (Lake Forest, Illinois, 49 años) le dio por bautizar su anterior trabajo como lo mejor que había hecho hasta la fecha (My Finest Work Yet, lo llamó, el muy guasón, hace tres años), y la broma sin abuela está a punto de salirle por la culata porque el reciente Inside Problems (Loma Vista/Music As Usual, 2022) bien le puede discutir ese título. Es un disco majestuoso. Elegantísimo. Finísimo. Casi analgésico. De los que te reconcilian con las escrituras clásicas y justifican la reverencia permanente al hombre de los pizzicatos de violín y los silbidos estratégicamente colocados. Chapeau. Una vez más.
Sí que es verdad que a Kevin Morby (Lubbock, Texas, 34 años), por ejemplo, se le ven algo más las costuras (Dylan, sobre todo), pero tampoco se le puede discutir la clase, el oficio y, sobre todo, la forma en la que se ha zambullido en una espiritualidad que tiene mucho que ver con la proximidad de la muerte: un accidente que tuvo su padre y la evocación de Memphis -y sus legendarios Sun Studios, donde grabó- como la tierra que vio los últimos días de Elvis Presley o Jeff Buckley, a quien cita. El disco,This Is A Photograph (Dead Oceans/Popstock!), honra con dignidad a esos referentes.
La versión más clásica de Josh Rouse (Paxton, Nebraska, 49 años) también está de vuelta, y seguro que es algo que alegrará a sus seguidores de largo recorrido, ya que cuando siguió los cantos de sirena del pop sintético o latinizado no dio con su mejor registro, que sigue siendo (y debe estar harto de que se lo recuerden) el de aquellos dos discazos que fueron 1972 (2003) y Nashville (2005). De hecho, hay en el reciente Going Places (Yep Roc/Popstock!, 2022), grabado con sus fieles Xema Fuertes y Caio Bellveser, algunas canciones -“Apple Of My Eye”, “City Dog”, “Henry Miller’s Flat”, “Hollow Moon” o “Stick Around”- que recuerdan mucho a aquellas dos cumbres.
Y si hablamos de igualar registros óptimos, creo que lo que ha hecho Cass McCombs (Concord, California, 44 años) en Heartmind (ANTI, 2022) es precisamente grabar su mejor colección de canciones. Como la de Kevin Morby, alentada por la pérdida de seres queridos, pero (paradójicamente) con un plus de concreción, accesibilidad, liviandad y fluidez que no siempre ha mostrado a lo largo de su incontinente carrera. Una delicia total.
(Foto de portada: Andrew Bird)