Las vidas se escriben sobre las canciones y luego les cambiamos descaradamente la letra y hasta el sentido para acomodarlos a nuestras propias biografías.
Siempre me gustó la leyenda medio absurda de la ardilla de la que se decía que hace años podía cruzar la península ibérica saltando de árbol en árbol sin necesidad de tocar el suelo. De la misma forma, yo creo que se puede cruzar la vida de cualquiera, o escribir su biografía, saltando de canción en canción.
La música, mucho más que cualquier otra disciplina, es capaz de trasladarnos en el tiempo, unas veces para darnos cobijo y otras para dejarnos a la intemperie. Unos cuantos segundos y un par de acordes es todo lo que necesitamos para marcharnos, por ejemplo, al asiento trasero del coche de nuestros padres.
«La música, mucho más que cualquier otra disciplina, es capaz de trasladarnos en el tiempo».
Al asiento trasero del Renault 21, al lado de mi hermana, me voy yo cada vez que escucho «Lobo López», de Kiko Veneno. Pero si escucho a Ana Belén o a Silvio Rodríguez, de pronto aparece mi madre y empieza a hacer cosas por casa, hace veinticinco años, mientras yo la miro. Y si en alguna parte suena Frank Zappa, o me pongo de fondo para leer las «Variaciones Goldberg», puedo ver la espalda de mi padre sentado en su despacho, muy concentrado, haciendo Dios sabe qué.
Y, aunque luego los hice míos, Extremoduro me recordarán siempre a mi hermana, y a ese momento tan concreto de la vida en el que yo los escuchaba desde la puerta de su habitación, sin entrar, porque ella se estaba haciendo mayor y yo todavía no.
Cuando escucho «Un beso y una flor», de Nino Bravo, me voy al Peugeot 205 rojo de mi abuela, y la puedo oír hablando y hablando y hablando, y puedo oír también el ruido del embrague que tenía machacado. No recuerdo a mi otra abuela escuchando música; pero, si pongo la intro de cualquier telenovela de los noventa, aparezco en el sofá de su casa y me echo allí una siesta eterna, de quince minutos, a su lado.
No sé cuándo, pero en un momento alegre y violento, empecé a elegir por mí mismo la música con la que se iban a fabricar mis propios recuerdos, aunque eso aún no lo sabía. Como en todas las primeras decisiones -el corte de pelo, la ropa, el amor-, hubo conductas erráticas antes de encontrar mi sitio, si es que existe tal cosa como un sitio propio. Mis recuerdos de la primera adolescencia suenan a Marilyn Manson, Siniestro Total, Ska-P, Eminem, Celtas Cortos o Bob Marley.
Después se puso de moda el álbum Californication, de Red Hot Chili Peppers, que sonaba de fondo en todas las casas y por eso ahora me lleva al descubrimiento medio luminoso y medio regulero de las drogas blandas. Y con Estopa, Pereza y El Canto del Loco vuelvo a la rebeldía supersoft de principios de los 2000, que me parece que no es tanto un recuerdo personal como generacional. Los primeros amores yo los asocio a Quique González y Andrés Calamaro (y así me fue). La universidad, como tantos, a Vetusta Morla, a The Strokes o a Arcade Fire.
Hay canciones que nos llevan a situaciones muy concretas -a una fiesta, a una discusión, a una chica, a un libro, a un amigo perdido, a un viaje- y sin embargo hay épocas larguísimas que tienen el sonido de una sola banda. Novedades Carminha es el grupo fundacional de mi vida adulta: cuando terminé la carrera y empecé a trabajar, algo a lo que siempre me opuse y aún me opongo: por eso soy opositor. Sólo ahora veo en esa pasión tremenda el intento desesperado de aferrarme a una juventud infinita que se acaba. Buscando volver a poner la música de la fiesta cuando alguien la ha quitado, o tratando de volver apagar las luces de la discoteca cuando alguien las ha encendido.
«Novedades Carminha es el grupo fundacional de mi vida adulta: cuando terminé la carrera y empecé a trabajar».
En la misma época recuerdo haber visto vídeos de niños muy pequeños, grabados por sus padres, cantando canciones de Novedades Carminha en la parte de atrás de sus coches. Para esos niños, claro, Novedades Carminha será siempre el grupo que escuchaban en el coche de sus padres. Porque las canciones se explican más por el momento en que las escuchamos que por su propio significado. Y porque Kiko Veneno hablaba de amor, de drogas y de sexo, y no de un niño viajando en coche con sus padres, y a mí me parece que eso no importa nada.
Las vidas se escriben sobre las canciones y luego les cambiamos descaradamente la letra y hasta el sentido para acomodarlos a nuestras propias biografías. Las canciones que escuchamos ahora están envolviendo lo que vivimos para presentarlo dentro de unos años como un regalo, que es lo que a veces son los recuerdos. Los recuerdos que se están formando ahora en mi memoria, y quizás también en la tuya, se titulan un verano sin ti.
(Foto de portada: Novedades Carminha)