Charlamos con el escritor barcelonés al hilo de Love Song, su reciente última novela, una obra que en cierto modo cierra un círculo en su trayectoria.
Tres músicos veteranos de capa caída, profesionales en el ocaso de sus carreras, con mucho más pasado que futuro, se embarcan en una atípica gira de verano por campings de la Costa Brava. Lejos, muy lejos del oropel de las grandes festivales y los conciertos masivos. Son Jim, Cowboy y Eileen, los protagonistas de Love Song (Salamandra, 2022), la nueva novela del escritor Carlos Zanón (Barcelona, 1966).
Otro libro en el que, como es marca de la casa, la música pop y rock tiene una presencia esencial. La sombra de The Waterboys, Dexys Midnight Runners, Prefab Sprout, Big Star o Townes Van Zandt, pero también la de Wham!, se cierne de una manera o de otra sobre una trama que aúna cierto halo poético, destellos de novela negra (terreno que conoce muy bien, de hecho, el último Carvalho lleva su rúbrica) y un entorno en el que los callejones menos lucidos de esa Barcelona y sus alrededores de costa, esa otra ciudad que poco tiene que ver con la gentrificación, el turismo masivo y los locales cool, también es protagonista.
Carlos nos hace un hueco en su ajetreada labor de comisario de BCNegra, el certamen de novela negra de su ciudad, para que podamos charlar con él, al hilo de su nuevo libro, de la música y de la creación literaria.
Siempre he pensado que el de las giras de verano era un filón para nuestra literatura, pero en tu caso has abordado esta temática con unos personajes que son músicos en el ocaso de su carrera, esa gente abollada a la que cantaban Surfin’ Bichos. En lugar de actuar en festivales, lo hacen en campings y tugurios.
Con las novelas vas superponiendo cosas. Yo de jovencillo estuve trabajando en un camping, y me acuerdo de que cada día de la semana aparecía un músico distinto: el martes venía el del rockabilly, el miércoles el de las baladas italianas… tenían una especia de circuito entre los campings de la Costa Brava. Siempre me hizo gracia. Mi idea era hablar de músicos, pero sin hacer una especie de documental, sino una fantasía sobre cómo yo me imaginaba eso. Me gustaba mucho la idea de tres músicos muy buenos, teniendo que tocar versiones, siendo incomprendidos por un público de camiseta y chancleta. Tampoco quería que fueran unos mataos, pero tampoco gente de éxito: gente que se gana la vida con la música pero no les reconocen por la calle. No sé si se podría hacer una gira así, ni si tendría sentido, porque ya puestos, le veo muchos problemas prácticos. Era más una fantasía. Cómo me imagino una gira de tres tipos muy talentosos en sitios que no se prestan al talento.
“De jovencillo trabajé en un camping y cada día de la semana aparecía un músico distinto: en las novelas vas superponiendo cosas”.
¿Es cierto que te inspiraste en el triángulo que formaban en su momento Townes Van Zandt y el matrimonio que formaban el también músico Guy Clark y su esposa, Susanna?
Sí, leí una artículo en el Ruta 66 sobre ellos, que me gustó mucho. Es un triángulo en el cual los tres son sus mejores amigos. Un triángulo que podrías intentar reventarlo pero no por una historia de celos y sexo, sino por tras asuntos. Me gustaba lo de Townes Van Zandt siendo el mejor amigo sofisticado de Susanna (Clark), mientras ambos tiene su rollo, su complicidad, me parecía curioso. También leí en aquel artículo que Townes Van Zandt llamaba por teléfono todas las noches a Susanna, hasta que murió. Es un detalle que se me quedó.
Son tres músicos que interpretan canciones de 1985. Se proponen en algunas noches no salirse de ese año, tocar solo canciones de 1985, que es la época en la que empezaron. No sé si lo elegiste por ser un año cenital para muchos músicos de los ochenta, o si es el reflejo de la nostalgia de toda una generación.
No, en realidad elegí ese año pero podría haber sido el 1993, por ejemplo. Sí que es verdad que ya hubiéramos entrado en la época del grunge, y en 1985 aún estaban de moda las canciones tontas de toda la vida. Me gustaba que pudieran hacer versiones de Wham! No me hubiera gustado que hicieran versiones de Pearl Jam. Lo del año fue un poco aleatorio. En las novelas te pones en la piel de los personajes y te preguntas qué haces, así que yo me imaginaba tocando ante un público que quiere grandes éxitos y me parecía una idea que perfectamente podía ocurrir. Eso de tocar canciones de un determinado año porque te las sabes. Me parecía un juego divertido.

Recuperas al personaje de Sandino, el protagonista de Taxi (Salamandra, 2017), tu anterior novela. Supongo que por dar una línea de continuidad.
A veces solo lo veo yo, pero en todas mis novelas siempre hay personajes que entran y salen de otras novelas. Me gusta esa sensación, como si fueran toperas. Cuando acabé Taxi (2017), fue la única vez en que tuve claro que iba a recuperar a un personaje. Y que sería ese. Tenía curiosidad por saber qué habría sido de su vida unos diez años después. Hubo un momento en el que tenía a estos tres tíos en gira y pensé “¿pero quién va a conducir la furgoneta, si están como tres maracas?”. Así que tuve que buscar un chófer, y pensé “coño, si yo tengo uno en el banquillo”. Me pareció divertido meter un personaje que en la anterior novela era tan trascendental, y que aquí fuera un actor secundario, de reparto.
Tengo la impresión de que el personaje de Sandino, que aquí se convierte en Polidori, le da un cierto halo de esperanza a la novela: los tres personajes principales están abocados a un destino fatal, pero él tiene tiempo de repensar en su vida, ir al piso que tiene vacío, lleno de cajas sin abrir, y empezar de cero.
Sí, él vuelve a extraer una enseñanza de las canciones, esa sensación de que tienes que cortar con los lazos afectivos para ser tú y seguir adelante. Que no puedes estar con una rémora todo el día. Es el único que da cierta esperanza, que tiene un motivo para empezar de nuevo, para volver a su casa y desembalar las cosas. Quería que eso fuera así.
“La música no era la banda sonora de tu vida: era tu propia vida. Ahora la tecnología es tan bestia que lo hace imposible”.
¿Es el libro una reivindicación también del oficio del músico?
De oficio y de lo que les debemos. Nos construimos alrededor de las canciones, por las canciones que nos enseñaron muchas cosas. Y podías tener una vinculación emocional con el músico y con el grupo, y en cierta manera edificabas sobre ello tu propia vida. No es que fuera la banda sonora de tu vida, sino que era tu propia vida. Esa frase típica. Algo así. De eso sí que hay una reivindicación. De cómo nos llegaba la música y la podíamos asimilar. Ahora la tecnología es tan bestia que lo hace imposible.
Hay una dicotomía clara entre los dos personajes masculinos principales, Cowboy y Jim. El primero tiene una vida mucho más turbia, y eso parece que siempre cotiza mucho más en el mundo del rock and roll. De hecho, el segundo quiere ser como él, en cierto modo.
Sí, yo creo que ocurre porque es una herencia del romanticismo. Valoramos más la enfermedad que la salud, valoramos más la delgadez que estar gordo, valoramos mas la juventud que la vejez, y hay un remanente del nervio romántico desaprovechado, que no es nada práctico, y ese es un modelo que nos tira mucho. Johnny Thunders, Antonio Vega… estos personajes de quienes siempre piensas que podían haber llegado más lejos, podían haber vivido más… son personajes que tiene su propia dinámica. Pero también es verdad que, para que Cowboy sea de la forma que es, tiene que tener un Jim que le haga e trabajo sucio. Porque si no, se quedaría sentado en el suelo. Me gustaba también la idea de que Jim se enfade por lo mal que está Cowboy.

Me da la sensación de que este libro es como una síntesis de algunas de las claves que han marcado tu obra en general: una cierta trama (más al final) de novela negra, un halo poético en tu prosa más presente que en anteriores novelas y, cómo no, Barcelona y sus alrededores y sus lugares menos recomendables como marco de la acción. Como un resumen. ¿Lo ves así?
Sí, lo que sí que quería es que fuera para mí lo que es para los personajes, como un final. Esto es lo que he hecho, y ahora voy a intentar hacer algo distinto, ¿no? Está bien visto.
¿Te gustaría escribir otro tipo de libros?
Bueno, intentarlo. Para mí, mis libros están muy relacionados con mi vida personal. Dependiendo de lo que me vaya pasando, me voy obsesionando con temas, y no sé hacia dónde iré, pero sí que me gustaría ampliar el zoom. Ver qué puedo hacer. Desde hace una novela de humor, por ejemplo, a una novela corta, o yo qué sé. Ver hasta dónde puedo llegar.
Desafiarte a ti mismo, vaya.
Sí, sí, exacto.
“A partir de ahora quiero hacer otras cosas, ampliar el zoom, ver hasta dónde puedo llegar”.
¿Qué dirías que es para ti escribir, esencialmente? ¿Una especie de terapia? ¿Una forma de vomitar cosas que tienes dentro? ¿Una necesidad?
Es una manera de ordenarme, por un lado, y una manera de armonizar el mundo. Cuando escribo consigo un equilibrio que no logro con otras cosas. Y es la búsqueda de algo. Vas buscando crear algo hermoso, de alguna manera. Antes hablábamos de las canciones, y todo tenemos canciones que nos han reventado la cabeza o que nos han acompañado. Pues poder crear algo así es un instinto. Tú quieres hacer algo así.
¿Te cansa un poco verte envuelto en ese rol de novelista de la Barcelona contemporánea, como les ocurre también a Kiko Amat y Miqui Otero, como si fuerais los herederos de Juan Marsé? ¿Lo ves como un cliché que puede empezar a cansar?
Bueno, yo creo que cuando te colocan etiquetas tienes que demostrarlo cambiando tú, no argumentando en contra. Tambien es cuestión de territorio, y no me parece mal. Que alguien piense que tú ocupas un territorio que antes ocupaban Casavella o Marsé, no deja de ser un elogio.
