
El productor y compositor catalán debuta en solitario a lo grande, con un brillante álbum pop con colaboraciones de C. Tangana, Rigoberta Bandini, Amaia o J de Los Planetas.
Tanto trajín con los nuevos sonidos, tanta aversión por parte de muchos a los llamados géneros urbanos, y al final resulta que muchos de quienes han sido sus máximos valedores en los últimos tiempos tienen no solo una cultura y una formación musical mucho más amplia de la que los más viejos (de mente) del lugar les quieren conceder: también están despachando algunos de sus mejores discos con armas que no son precisamente nuevas. Y que no apuntan a donde solían hacerlo hasta ahora.
Ocurrió con C. Tangana a principios de año, cuando sustanció su disco en estilos como la rumba, el flamenco, la copla o el rock. Ha ocurrido con Goa, quien acaba de publicar un disco de pop con guitarras que bien puede ser su mejor trabajo. Y ocurrió hasta con el rapero Tyler, The Creator, por citar solo un ejemplo foráneo, quien ha mostrado una de sus mejores versiones escapando del hip hop agresivo y lenguaraz para aproximarse con mucha destreza al soul y el r’n’b. Hablamos de estilos que cargan con más de dos y más de tres décadas sobre sus espaldas. Poco de trap, de dancehall o de reggaeton hay en sus discos. Más bien, nada.
Debut de pop en mayúsculas
Cristian Quirante, que es el nombre real de Alizzz, treintañero (bueno, 37 tiene ya) de Castelldefels que luce en su currículum composiciones para Becky G, Rosalía, Doja Cat, Aitana, Juanes, Amaia o Paloma Mami, y cuyo nombre ha empezado a gozar de popularidad entre el público no iniciado tras su trabajo como arquitecto sonoro de El madrileño (Sony, 2021), de C. Tangana, es el último en confirmar esa secuencia, que no se sabe si también será tendencia.
Hace ya tiempo que su reputado trabajo como productor y escritor de canciones sugería que ya era hora de que se decidiera a dar el paso a publicar un disco a su nombre, tal y como ha hecho (por ejemplo) Finneas O’Connell, el hermano y productor de Billie Eilish, y este Tiene que haber algo más (Whoa/Warner, 2021) es el brillante resultado.
Estamos ante un disco de POP. Así, en mayúsculas. Sin aditamentos, conservantes, colorantes ni grandes pretensiones. Con la duración justa para no aburrir y no empachar. Treinta minutos casi medidos: le faltan solo doce segundos. Sin material de desecho. Como si fuera una de esas colecciones de singles que cuajan desde la primera escucha.

Es un trabajo pegadizo, elástico, fresco, desprejuiciado, funcional. Es como el mismo pop de siempre, pero a la vez ligeramente distinto. Uno de esos discos que justificarían que cualquier revista de tendencias y cualquier suplemento dominical se vistiera una vez más de lagarterana en el loable intento de convencernos de que estamos ante una de las piedras de toque del nuevo pop español. Que ni es tan nuevo ni es tan español, pensándolo con detenimiento. Pero resulta de lo más oxigenante y también de lo más contagioso. Vivaz y espontáneo, en todo caso.
Colaboraciones de postín que se amoldan
Todo en estas diez canciones funciona con una naturalidad pasmosa. Los ritmos sintéticos, los guitarrazos, las voces. También las letras, sin las pretensiones de trascendencia ni los topicazos siderales del indietex. Y las colaboraciones, desde luego. La de Rigoberta Bandini en “Amanecer”, que supera prácticamente a todo lo que ha hecho ella. La ya conocida de Amaia en “El encuentro”, que se pega a la sesera como un chicle. La de C. Tangana en la muy guitarrera “Ya no vales”.
También la de los mexicanos Little Jesus en la muy funk “Fatal”. Y hasta la de J, de Los Planetas, en una “Luces de emergencia” que muy inteligentemente han situado justo al final, ya que se amolda como un guante a la cadencia y la textura de los últimos trabajos de la banda granadina, con esa parsimonia de psicodelia jonda que aquí se disfraza de dream pop.
Dedicarle media hora de nuestro tiempo a este disco es fácil. Y la inversión tiene retorno. Sin ninguna duda. Vale la pena hincarle el diente y disfrutarlo, sin ninguna idea preconcebida.