Los Brit Awards eliminan la distinción de género sexual en sus candidaturas, pero es cuestión de tiempo que también lo hagan en lo estilístico.
Sumar en lugar de dividir. No distinguir entre géneros, cada vez más difuminados entre sí por el propio avance de las sociedades y su complejidad. Esa ha sido la última decisión tomada por los Brit Awards, los premios que la industria discográfica británica proclaman cada año.

Así será a partir del próximo 8 de febrero. Se elimina la división entre hombres y mujeres a la hora de concederlos. Es un gran paso, sin duda, para quienes aún compartimentamos nuestros gustos y conocimientos con ese esquema en mente. Mujeres por un lado, hombres por el otro. Algo inevitable, por otra parte.
¿Cómo no acordarse de PJ Harvey cuando hablamos de Sleater-Kinney? ¿O de Kate Bush cuando hablamos de Florence Welch? ¿O de los Rolling Stones si hablamos de Primal Scream? ¿O de Lorde si hablamos de Billie Eilish, por citar a dos coetáneas y no pupilos/as y alumnos/as? Es lo que tienen los modelos a seguir, que van sedimentando émulos y émulas, también rivales en cada época. Su inconveniencia la explicaba muy bien el periodista David Saavedra en un artículo reciente.
“Todos, en mayor o menor medida, reproducimos en nuestra cabeza un esquema que divide a los músicos entre mujeres y hombres”.
Será también cuestión de tiempo que eso deje de ocurrir. Un proceso largo, pero irreversible. Y será también cuestión de tiempo que los géneros no solo se pulvericen en lo sexual, sino también en lo estilístico. La decisión de los Brits responde a un intento por replicar la multiculturalidad y complejidad de la sociedad británica actual, pero lo mismo se puede decir respecto a los estilos musicales: cada vez más híbridos, más indefinibles, más imposibles de etiquetar en celdillas estilísticas concretas.

Premios nuevos, distinciones viejas
Una de las consecuencias positivas que tendrá esa decisión, que acabará llegando tarde o temprano (aunque algunos quizá ni lleguemos a verla) es que se liquidarán algunos cuellos de botella y se suprimirán decisiones cantadas: no son pocos los premios de la industria musical, aquí o en Sebastopol, que siempre premian a los mismos porque su categoría estilística es tan minoritaria que el rango de músicos no da para más.
O que, por contra, deja sin reconocimiento a decenas de músicos valiosos porque su categoría es excesivamente genérica. Pienso en la vieja distinción entre pop y rock, dos cajones de sastre en los que todo cabe, cuya habitual dicotomía (liviandad/gravedad, sintetizadores/guitarras, impostura/autenticidad) tiene cada vez menos de razón de ser.
Los premios de la industria del disco no validan por sí mismos la categoría artística de un músico. Lo mismo que ocurre en el cine. Ni mucho menos. Sobran ejemplos. Pero transmiten una escala de valores. Sientan un canon que los menos melómanos asumen como propio. Proyectan un imaginario que la sociedad acoge sin demasiadas objeciones. Y está bien que, conocedores de todo ello, se pongan las pilas y se amolden a la propia evolución de nuestras sociedades. Celebrémoslo, sin olvidarnos de pedirles que profundicen en esa senda.